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Leche Arequipeña: De Alfalfa e Intervenciones Públicas

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Qué duda cabe que la lechería es muy importante para la economía agraria de Arequipa. La mitad de nuestras escasas tierras de cultivo están ocupadas con forrajes, principalmente alfalfa, para sustentar vacas.

Por: Carlos Lozada García (Ganadero Arequipa)

La leche constituye el 50% del valor de la producción agrícola regional, y es además sustento de más de veinte mil familias, la gran mayoría de ellas dueñas de menos de diez vacas.

La rentabilidad de la lechería atraviesa por un mal momento. Los ganaderos lo sufren y dejan oír su voz de protesta. Se recuerdan los fantasmas de un mercado imperfecto, y se clama intervención del Estado. ¿Saldrá la cura más cara que la enfermedad?

La lechería se desarrolla en Arequipa a partir de la década de 1940, producto de la instalación de nueva agroindustria, y la disponibilidad de clima y tierras con bajo costo de oportunidad. Leche Gloria, de capitales estadounidenses con importantes incentivos del Estado peruano, inaugura su fábrica en Arequipa en 1942. La alfalfa desplaza al menos rentable trigo, y encabeza los proyectos de irrigación sobre las áridas pampas de La Joya, Siguas y Majes.

Por 50 años (1942-1992) el Estado Peruano tuvo una importante intervención en el mercado lácteo. Leche Gloria estaba obligada a comprar toda la leche que se le ofreciese en Arequipa, Moquegua y Tacna, a un precio fijado por el Ministerio de Agricultura en arduas negociaciones con la industria y los ganaderos representados por FONGALSUR. Por otro lado, Leche Gloria importaba leche en polvo que recombinaba para abastecer a su cautivo mercado nacional, como parte de las negociaciones con el Estado. No importaba el Gobierno, la industria siempre tenía (y tendrá) más poder en la mesa de negociaciones. Márgenes asegurados y mercado cautivo, dieron como resultado al “país de la leche evaporada”, el único en el mundo en el que se traslada agua en lata por miles de kilómetros, y el que ostenta los niveles de consumo per capita de leche más bajos de Sudamérica. Ese fue el resultado de la intervención estatal en el mercado lácteo peruano.

Hoy el costo de oportunidad de las tierras (y sobre todo del agua) arequipeñas es mucho más elevado. Ergo, hay usos mucho más rentables de tierra y agua que sembrar alfalfa. Y si bien es cierto que la dominancia de una empresa en el mercado lácteo peruano genera distorsiones perjudiciales para los ganaderos, no es menos cierto que el sistema tradicional de producción de leche en Arequipa es insostenible. No producimos ni forrajes ni granos baratos para el sustento del ganado, y nuestros niveles de productividad son, sencillamente, lamentables. Lo único que nos mantiene es la infraestructura construida (agroindustria y establos), el capital pecuario acumulado, y la cultura ganadera desarrollada. Nuestra pérdida de competitividad se ve reflejada en que, a pesar de seguir siendo el primer departamento productor de leche, en los últimos años somos el que menos ha crecido entre los primeros cuatro (con Lima, Cajamarca y La Libertad). Mientras la producción de leche de Arequipa creció en promedio 3.7% al año en los últimos cinco años, en La Libertad el crecimiento promedio fue de 9.8%, en Cajamarca 6.0%, y en Lima 5.8%, durante el mismo período. Estas tasas de crecimiento reflejan las condiciones relativas de los cuatro departamentos para la ganadería. La Libertad está experimentando una vigorosa expansión de la producción lechera basada en los subproductos agrícolas y agroindustriales, principalmente los del espárrago, un buen forraje a bajo costo. Lima tiene la ventaja de la cercanía al mercado, y diversidad de subproductos. Cajamarca explota sus pastizales de secano (regados por la lluvia), en tierras con bajo costo de oportunidad. La ganadería lechera arequipeña enfrenta grandes retos. Probablemente dejemos de ser la primera cuenca lechera, y hasta disminuya nuestra producción total. Pero la ganadería lechera que quede será aquella que explote eficientemente los subproductos, con una baja dependencia de forrajes cultivados pero de alto rendimiento.

El Estado, en una correcta interpretación de su rol orientador, promotor, y de resguardo del interés público, puede intervenir en los mercados. Pero si no se diseña las intervenciones cuidadosamente, se corre alto riesgo de que éstas sean contra producentes. Gloria misma es producto de una mala intervención del Estado, que a pesar de haber anunciado que esta empresa pasaría a manos de los ganaderos en 1986, sólo cambió de dueños al monopolio y las cosas siguieron igual o peor. Gloria adquirió tres plantas lecheras en Bolivia, expandió sus operaciones al resto del Perú, y tuvo éxito en obstaculizar el desarrollo de la competencia. Uno de los resultados es que hoy el mercado lácteo peruano-boliviano vive en una burbuja: mientras en el mundo el precio internacional de la leche alcanza records históricos ($4000/TM, contra $2200 hace un año y $1800 en 2003), en el Perú el precio pagado a los ganaderos no se mueve, a pesar de sí sufrir del agudo incremento del precio internacional del maíz y la soya, y de que el procesador dominante importa más del 20% de la leche que industrializa.

A pesar de la desregulación, en la década de 1990 sufrimos de otras dos lamentables intervenciones públicas. Primero fue la prohibición de recombinar leche (la industria quedaba obligada a procesar sólo leche cruda nacional), que la industria nunca cumplió y que desencadenó la llamada “Guerra de la Leche”. El episodio culminó con la descomposición del gremio de ganaderos, y el levantamiento de la norma. La segunda intervención sucedió cuando el Estado, probablemente movido por oscuros intereses con conexiones montesinistas, cercenó las posibilidades de desarrollar PROLACSUR, emprendimiento de ganaderos llamado a contrapesar efectivamente las distorsiones del mercado lácteo. En forma incomprensible, el Estado en 1992 se adjudicó una planta lechera valorizada en 8 millones de dólares para cerrarla, no sólo a los ganaderos socios de PROLACSUR, sino también a varios otros interesados privados (principalmente extranjeros) que quisieron comprar la planta y hubieran contribuido significativamente a dinamizar la competencia para beneficio de ganaderos y consumidores finales.

La intervención que necesitamos del Estado no es la de fijación de precios, que ya probó no sólo ser inefectiva, sino perversa. La intervención que necesitamos es la de promoción de la competencia, fortalecimiento de las organizaciones de base y facilitación para que industrialicen su leche (y así abastezcan todos los programas sociales), fiscalización de la transparencia de la relación comercial entre la gran industria y los ganaderos (respeto a pesos y análisis de calidad), y capacitación e incentivos para que los ganaderos mejoren su productividad.

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