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En Venezuela el consumo de carne por persona al año es de 8 kg, 2 más que en 2020

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El presidente de Fedenaga, Armando Chacín, señaló que, aunque es un «síntoma positivo», no es suficiente, pues el consumo de este producto debería ser de alrededor de 60 kilos por persona y año, tomando en cuenta las cuatro especies principales (res, pollo, cerdo y pescado).

En la información reportada por una nota de EFE y publicada por el portal Swiss Info, el dirigente ganadero aseguró que el promedio de consumo de las cuatro especies no llega a los 24 kg anuales. (Lea: En 3 años, consumo de carne en Venezuela pasó de 21 a 3 kg anuales)

De acuerdo a los datos que ofrece la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), las personas deben consumir 33 kg de carne magra o 45 kg de pescado o 60 kg de huevos al año, pero Venezuela está muy por debajo de esas cifras estándares.

En 2019 se reportó que el consumo era de 3 kg per cápita al año, en tanto que en 2020 subió a 6 kg de acuerdo con las cifras de Fedenaga. Y aunque este año volvió a subir, aún es insuficiente. Según Chacín, en los 90 el consumo alcanzó a más de 60 kg de carne al año.

El líder gremial informó que en el país hay 11 millones de reses aunque deberían existir 30 millones, lo que calificó como insuficiente para abastecer a toda la población de ese país.

De acuerdo con el dirigente ganadero, se ha presentado un crecimiento sostenido del rebaño nacional durante los últimos dos años, atribuyéndolo a la dolarización de la carne, lo que según él “frenó el fenómeno del contrabando de extracción a Colombia”.

No obstante, en el portal El Sol de Margarita, el presidente de Fedegana aseguró que “si mañana los venezolanos tuvieran poder adquisitivo, no hay carne suficiente para todos”, en referencia a que todavía faltan 19 millones de cabezas de ganado en el inventario nacional.

En este mismo medio se conoció el último estudio de los investigadores Luis Zambrano y Santiago Sosa de la Universidad Católica Andrés Bello, publicado hace unos días, que reveló que los venezolanos han reducido hasta un 34 por ciento el gasto en alimentos.

Además, el trabajo también advirtió que el 91,3 % de los hogares venezolanos son pobres, en tanto que el 65,7 % son pobres extremos.

Estos datos cobran más fuerza con otros estudios, por ejemplo, para octubre el costo de la canasta alimentaria familiar conformada por 60 productos se ubicó en 385,37 dólares presentado un aumento de 57, 33 dólares en un mes.

El alto costo de la vida es uno de los factores de la migración venezolana la cual se estima que para el 2022 llegue a 8,9 millones, casi tres millones más, según la Plataforma de Coordinación Interagencial para Refugiados y Migrantes de Venezuela (R4V).

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El valor del queso artesanal como emblema gastronómico: la experiencia uruguaya

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Un estudio revela el impacto del fuego en los suelos de los Andes peruanos

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Los suelos volcánicos de Arequipa, una de las regiones más secas del mundo, no están adaptados al fuego.

En septiembre de 2018, un incendio arrasó casi dos mil hectáreas de matorral en el volcán Pichu Pichu, una zona de alto valor ecológico en los andes peruanos. A diferencia de los ecosistemas mediterráneos, donde la vegetación ha desarrollado estrategias para resistir el fuego, los suelos volcánicos de Arequipa, una de las regiones más secas del mundo, no están adaptados al fuego. Un equipo de investigadores de la Universidad Miguel Hernández de Elche (UMH), de España, y de la Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa, en Perú, ha recogido y analizado muestras de suelo de la zona incendiada, a 3.700 metros de altitud, para comprender cómo estos frágiles ecosistemas responden a la perturbación por incendio.

Los resultados, publicados en la revista Spanish Journal of Soil Science, indican que, cuatro años después del incendio, la combustión de la vegetación y el suelo y la erosión han causado una grave pérdida de carbono orgánico, un elemento esencial para la fertilidad del suelo. “Los Andes peruanos no están preparados para los incendios”, advierte Jorge Mataix Solera, catedrático de la UMH y experto en edafología con más de treinta años de experiencia en la recuperación de suelos quemados. Mataix recalca que, si bien el fuego es una fuerza ecológica natural, sus efectos pueden variar mucho dependiendo del ecosistema. Según se desprende del análisis realizado, el suelo del Pichu Pichu se ha degradado física y químicamente tras el incendio, por lo que la regeneración del ecosistema será más difícil. Además, la erosión producida tras el incendio ha desencadenado más procesos degradativos, reduciendo por ejemplo el contenido de arcilla, lo que debilita aún más la estructura del suelo.

Uno de los problemas detectados en estos suelos áridos es su tendencia natural a repeler el agua debido al tipo de materia orgánica que, junto con su alto contenido de arena, es un fenómeno que persiste tras el incendio. Sin vegetación para retener la humedad y la repelencia al agua, ésta se desliza en la superficie en lugar de infiltrarse, lo que acelera la erosión del suelo. “Mientras que los suelos bien estructurados y evolucionados como los mediterráneos poseen una elevada capacidad de retención hídrica, los suelos volcánicos andinos, muy jóvenes y arenosos, tras la pérdida de materia orgánica en el incendio pierden la capacidad de retener agua” explica la investigadora de la UMH Minerva García Carmona. “Por eso es tan importante conocer las consecuencias del fuego en este tipo de suelos jóvenes y frágiles”, declara la experta, “y un factor determinante es cómo influyen las plantas en el suelo, que son las que conforman el material combustible en el incendio”.

El estudio se centró en dos especies nativas con un papel clave en el ecosistema: Berberis lutea, conocida como ‘palo amarillo del Perú’, y Parastrephia quadrangularis, llamada ‘Tola’. Los investigadores analizaron si el fuego había afectado de manera diferente a los suelos según la vegetación predominante. Descubrieron que en las zonas dominadas por el palo amarillo la degradación fue más severa. “Es una planta más grande, con mayor biomasa, lo que seguramente intensificó los efectos de la combustión en el suelo”, aclara García.

El equipo de investigadores de la UMH conoce bien las consecuencias de un incendio en los bosques mediterráneos, más resilientes al fuego por su evolución histórica con la presencia del fuego que ha llevado a desarrollar múltiples estrategias de resistencia y resiliencia. Ahora, sus descubrimientos en el volcán Pichu Pichu reafirman la evidencia de que los suelos volcánicos de la región de Arequipa, que de forma natural retienen menos agua, se pueden ver particularmente degradados con la presencia de incendios, lo que acrecenta su vulnerabilidad a esta perturbación.

El Pichu Pichu se encuentra en la zona volcánica central de los andes. Los investigadores de la UMH recogieron muestras de suelo a unos 3.700 metros sobre el nivel del mar, donde las precipitaciones, de apenas 385 mm anuales, se concentran en tres o cuatro meses del año. De manera que la región de Arequipa se considera un ‘desierto frío’ -las temperaturas van de los 4 a los 18 grados centígrados- y la vegetación se compone principalmente de matorral muy adaptado a la sequía extrema.

Debido a las escasas precipitaciones, el cinturón volcánico de los Andes es una fuente de agua crucial para las áreas adyacentes. “Si bien Pichu Pichu está dominado por matorral, las faldas de la montaña están también cubiertas a una cierta altitud de bosque y albergan una gran diversidad de especies animales y vegetales”, señala el profesor de la UMH. A las faldas del volcán, se encuentran los bosques de queñuales (Polylepis), cuyas especies endémicas del Perú se encuentran en peligro de extinción.

El investigador de la UNSA Lunsden Coaguila explica que “no es fácil tomar muestras de suelo a tanta altitud”. En el estudio, realizado en colaboración con investigadores de la Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa (UNSA), ha sido crucial la colaboración de la Comunidad Campesina Polobaya y la de la Comunidad Campesina Pocsi, que han permitido el acceso a las áreas de toma de muestras. “También, hemos contado con el apoyo del Servicio Forestal y de Fauna Silvestre de Arequipa”, relata el experto.

En Perú, la mayor parte de los incendios se producen de julio a octubre. El proyecto de vigilancia por satélite Queimadas registró un máximo histórico de 7.037 focos en septiembre de 2024. “En una región como Arequipa, situada en una zona desértica, comprender el papel de los suelos bajo nuevos regímenes de incendios es esencial para evaluar la resiliencia de estos ecosistemas frente al cambio climático”, afirma el investigador de la UMH.

Mataix opina que, cuanto más sepamos, más podremos ayudar a diseñar estrategias de prevención y de tratamiento postincendio que ayuden a mitigar los efectos del aumento de las temperaturas y de la sequía intensificada. “Es tan necesario en Perú como en España”, concluye el experto, “aunque el fuego es un fenómeno natural, la crisis climática está exacerbando estos fenómenos y debemos hacer todo lo posible para adaptar los ecosistemas a las nuevas circunstancias y hacerlos más resilientes”.

 

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