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Bienestar animal: sistemas de crianza colectiva portátil para terneros

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Un equipo técnico del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria de Argentina (INTA Rafaela) evalúa el sistema denominado de «corrales colectivos portátiles». Se trata de una herramienta que busca mejorar el bienestar animal, reducir el estrés en los terneros y optimizar la gestión del trabajo en los establecimientos lecheros. Además, la crianza colectiva permite optimizar el uso del tiempo del personal, al evitar tareas de atención individual en estacas. 

Si bien los sistemas de crianza colectiva cuentan con antecedentes internacionales, en la cuenca lechera central de Santa Fe predomina la crianza individual en estacas. Frente a esta situación, profesionales de la Estación Experimental Agropecuaria INTA Rafaela desarrollan y evalúan corrales colectivos portátiles, con el propósito de generar información precisa sobre sus costos, beneficios y condiciones de implementación. Además, se busca brindar herramientas técnicas a asesores y profesionales del sector —como veterinarios e ingenieros agrónomos— para acompañar a los productores interesados en adoptar este modelo.

Georgina Frossasco, especialista del INTA Rafaela, explicó que la crianza colectiva permite a los terneros expresar comportamientos naturales de interacción social, lo cual mejora su bienestar general. “Está demostrado que, al convivir con sus compañeros, los terneros imitan sus conductas, incluyendo la ingesta de alimentos balanceados, lo que favorece el consumo temprano de sólidos”, señaló. Además, la reducción del estrés tiene efectos positivos en la salud de los animales. “El estrés provocado por el aislamiento y las condiciones climáticas extremas comprometen la función inmunológica del ternero y disminuyen la eficiencia en la conversión alimenticia”, detalló Frossasco. A esto se suma una creciente demanda social por sistemas de producción más éticos y sostenibles.

Nicolás Welchen, técnico del INTA Rafaela, destacó que los terneros criados en grupo presentan menor resistencia frente a estímulos nuevos, como aprender a tomar agua o incorporar alimentos sólidos, fenómeno conocido como neofobia. “La presencia de otro animal favorece el aprendizaje y reduce el miedo a lo desconocido”, sostuvo.

Uno de los prejuicios más frecuentes sobre los sistemas colectivos es la supuesta mayor incidencia de enfermedades por el contacto entre animales. Sin embargo, estudios recientes demuestran que una correcta provisión de calostro en las primeras horas de vida garantiza la inmunidad pasiva necesaria para evitar este riesgo. “Con un manejo adecuado del calostro, es posible implementar la crianza de a pares desde el nacimiento sin comprometer la sanidad del rodeo”, explicó Welchen.

Por su parte, Frossasco subrayó que los sistemas correctamente diseñados fortalecen la inmunidad innata del ternero. “Esta es la primera barrera de defensa frente a agentes patógenos. Un ejemplo clave es el glicocálix intestinal, una capa de mucinas y glicoproteínas que protege la mucosa, favorece la absorción de nutrientes y dificulta la adhesión de bacterias y virus”, puntualizó.

Además de sus beneficios en bienestar animal, la crianza colectiva permite optimizar el uso del tiempo del personal, al evitar tareas de atención individual en estacas. No obstante, se requiere un control cuidadoso durante la alimentación para evitar que algunos terneros consuman más que otros. “Estos sistemas estimulan el juego, el contacto físico y un mayor tiempo de sueño, lo que se vincula con la secreción de la hormona de crecimiento. También se ha observado que los terneros en grupo desarrollan el reflejo de rumia a edades más tempranas”, destacó Frossasco.

Para implementar estos modelos, Welchen recomendó iniciar con grupos pequeños, de menos de diez animales, y garantizar condiciones adecuadas: al menos cinco metros cuadrados por ternero, resguardo climático, acceso a agua limpia y alimentación continua. La portabilidad de las estructuras representa una ventaja adicional para establecimientos con superficies reducidas o alquiladas, como ocurre en gran parte de la región.

Desde el INTA, esta transformación trasciende lo técnico. A través de iniciativas como el manual “¡Que vivan los terneros!” —disponible en línea— y la realización de cursos teórico-prácticos, el organismo promueve una visión integral de la producción lechera, centrada en el bienestar tanto de los animales como de las personas.

En ese marco, el equipo técnico del INTA Rafaela participará en la exposición Todo Láctea, que se realizará en la ciudad de Esperanza. El martes 13 de mayo a las 14:30 brindará un taller de crianza junto a la empresa Teknal, donde se abordarán en profundidad estas temáticas.

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Un estudio revela el impacto del fuego en los suelos de los Andes peruanos

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Los suelos volcánicos de Arequipa, una de las regiones más secas del mundo, no están adaptados al fuego.

En septiembre de 2018, un incendio arrasó casi dos mil hectáreas de matorral en el volcán Pichu Pichu, una zona de alto valor ecológico en los andes peruanos. A diferencia de los ecosistemas mediterráneos, donde la vegetación ha desarrollado estrategias para resistir el fuego, los suelos volcánicos de Arequipa, una de las regiones más secas del mundo, no están adaptados al fuego. Un equipo de investigadores de la Universidad Miguel Hernández de Elche (UMH), de España, y de la Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa, en Perú, ha recogido y analizado muestras de suelo de la zona incendiada, a 3.700 metros de altitud, para comprender cómo estos frágiles ecosistemas responden a la perturbación por incendio.

Los resultados, publicados en la revista Spanish Journal of Soil Science, indican que, cuatro años después del incendio, la combustión de la vegetación y el suelo y la erosión han causado una grave pérdida de carbono orgánico, un elemento esencial para la fertilidad del suelo. “Los Andes peruanos no están preparados para los incendios”, advierte Jorge Mataix Solera, catedrático de la UMH y experto en edafología con más de treinta años de experiencia en la recuperación de suelos quemados. Mataix recalca que, si bien el fuego es una fuerza ecológica natural, sus efectos pueden variar mucho dependiendo del ecosistema. Según se desprende del análisis realizado, el suelo del Pichu Pichu se ha degradado física y químicamente tras el incendio, por lo que la regeneración del ecosistema será más difícil. Además, la erosión producida tras el incendio ha desencadenado más procesos degradativos, reduciendo por ejemplo el contenido de arcilla, lo que debilita aún más la estructura del suelo.

Uno de los problemas detectados en estos suelos áridos es su tendencia natural a repeler el agua debido al tipo de materia orgánica que, junto con su alto contenido de arena, es un fenómeno que persiste tras el incendio. Sin vegetación para retener la humedad y la repelencia al agua, ésta se desliza en la superficie en lugar de infiltrarse, lo que acelera la erosión del suelo. “Mientras que los suelos bien estructurados y evolucionados como los mediterráneos poseen una elevada capacidad de retención hídrica, los suelos volcánicos andinos, muy jóvenes y arenosos, tras la pérdida de materia orgánica en el incendio pierden la capacidad de retener agua” explica la investigadora de la UMH Minerva García Carmona. “Por eso es tan importante conocer las consecuencias del fuego en este tipo de suelos jóvenes y frágiles”, declara la experta, “y un factor determinante es cómo influyen las plantas en el suelo, que son las que conforman el material combustible en el incendio”.

El estudio se centró en dos especies nativas con un papel clave en el ecosistema: Berberis lutea, conocida como ‘palo amarillo del Perú’, y Parastrephia quadrangularis, llamada ‘Tola’. Los investigadores analizaron si el fuego había afectado de manera diferente a los suelos según la vegetación predominante. Descubrieron que en las zonas dominadas por el palo amarillo la degradación fue más severa. “Es una planta más grande, con mayor biomasa, lo que seguramente intensificó los efectos de la combustión en el suelo”, aclara García.

El equipo de investigadores de la UMH conoce bien las consecuencias de un incendio en los bosques mediterráneos, más resilientes al fuego por su evolución histórica con la presencia del fuego que ha llevado a desarrollar múltiples estrategias de resistencia y resiliencia. Ahora, sus descubrimientos en el volcán Pichu Pichu reafirman la evidencia de que los suelos volcánicos de la región de Arequipa, que de forma natural retienen menos agua, se pueden ver particularmente degradados con la presencia de incendios, lo que acrecenta su vulnerabilidad a esta perturbación.

El Pichu Pichu se encuentra en la zona volcánica central de los andes. Los investigadores de la UMH recogieron muestras de suelo a unos 3.700 metros sobre el nivel del mar, donde las precipitaciones, de apenas 385 mm anuales, se concentran en tres o cuatro meses del año. De manera que la región de Arequipa se considera un ‘desierto frío’ -las temperaturas van de los 4 a los 18 grados centígrados- y la vegetación se compone principalmente de matorral muy adaptado a la sequía extrema.

Debido a las escasas precipitaciones, el cinturón volcánico de los Andes es una fuente de agua crucial para las áreas adyacentes. “Si bien Pichu Pichu está dominado por matorral, las faldas de la montaña están también cubiertas a una cierta altitud de bosque y albergan una gran diversidad de especies animales y vegetales”, señala el profesor de la UMH. A las faldas del volcán, se encuentran los bosques de queñuales (Polylepis), cuyas especies endémicas del Perú se encuentran en peligro de extinción.

El investigador de la UNSA Lunsden Coaguila explica que “no es fácil tomar muestras de suelo a tanta altitud”. En el estudio, realizado en colaboración con investigadores de la Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa (UNSA), ha sido crucial la colaboración de la Comunidad Campesina Polobaya y la de la Comunidad Campesina Pocsi, que han permitido el acceso a las áreas de toma de muestras. “También, hemos contado con el apoyo del Servicio Forestal y de Fauna Silvestre de Arequipa”, relata el experto.

En Perú, la mayor parte de los incendios se producen de julio a octubre. El proyecto de vigilancia por satélite Queimadas registró un máximo histórico de 7.037 focos en septiembre de 2024. “En una región como Arequipa, situada en una zona desértica, comprender el papel de los suelos bajo nuevos regímenes de incendios es esencial para evaluar la resiliencia de estos ecosistemas frente al cambio climático”, afirma el investigador de la UMH.

Mataix opina que, cuanto más sepamos, más podremos ayudar a diseñar estrategias de prevención y de tratamiento postincendio que ayuden a mitigar los efectos del aumento de las temperaturas y de la sequía intensificada. “Es tan necesario en Perú como en España”, concluye el experto, “aunque el fuego es un fenómeno natural, la crisis climática está exacerbando estos fenómenos y debemos hacer todo lo posible para adaptar los ecosistemas a las nuevas circunstancias y hacerlos más resilientes”.

 

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