Ante la creciente amenaza de la ganadería sobre los bosques tropicales de América Latina, las regiones de Beni y de Pantanal son más que nunca los lugares promisorios en los que debería estar la mayor parte de la ganadería nacional, por ser regiones de producción de carne sin vínculos con la deforestación.
Según últimos estudios, el 54% de la pérdida de bosques naturales en todo el mundo entre 2000 y 2012 (44 de 77,5 millones de hectáreas) se ha producido en América Latina. Los dos grandes impulsores de esta deforestación son la producción de soya y de carne, pero ésta última lidera el proceso, al ser responsable del 65% de la deforestación entre 2000 y 2011, lo que significa que la ganadería destruye bosques a un ritmo que duplica el de las otras actividades desbastadoras como el aceite de palma, la madera y la soya.
Las grandes empresas procesadoras y comercializadoras de carne en el mundo han suscrito compromisos de responsabilidad que se basan en que sus proveedores no estén vinculados con la deforestación, pero por los datos hasta ahora conocidos esta cruzada para proteger los bosques de América Latina está fracasando. Incluso las empresas con mayor puntaje en el ranking de cumplimiento de normas de comercialización de carne responsable, como McDonald’s y Walmart, podrían hacer mucho más por cumplir con compromisos de transparencia, trazabilidad, monitoreo y verificación.
Esto abre una gran oportunidad de mercado para todos los proveedores de carne sin vinculación con la deforestación, porque la carne puede ser producida en tierras sin deforestar y mucho más en un país como el nuestro, que cuenta con más de 10 millones de hectáreas de sabana de forraje natural. Dos de las empresas mundiales que menos cumplen con las normas de carne responsable (puntuación de cero en el cumplimiento de 13 compromisos) están en nuestro país, Burger King y Subway, y ambas podrían ser las principales compradoras de carne producida en Beni y en Pantanal.
Pero nuestra ganadería en praderas naturales es deficiente, y en ellas prevalece la “práctica de no manejo”, como resultado de la ausencia de políticas de Estado que valoren el gran potencial de la ganadería sin deforestación. Esta práctica persiste en sistemas tradicionales basados en que las inundaciones y sequías son problemas, cuando en verdad son realidades predecibles. Nunca se ha apoyado e instado al productor a desarrollar sistemas de acopio de forraje para épocas deficitarias, como si éstas no existieran. Este abandono empuja al ganadero a malas prácticas, entre las que una de las más graves es el uso de fármacos para suplir la falta de una adecuada alimentación de los animales, subestimando el manejo de praderas y el hecho de que, para ser un buen productor de carne o leche, el ganadero antes tiene que ser un excelente productor de pasto. La ausencia de una política de Estado regional lleva a que la pecuaria sea liderada por la ganadería vinculada al desbosque, cuando desvincularla de la deforestación es una gran oportunidad de mercado.
Al ritmo que registra la destrucción de bosques, adoptar mejores prácticas de producción de carne en la sabana inundable de Beni y en Pantanal para reducir la ganadería basada en la deforestación es una obligación ante el país y una responsabilidad ante los ecosistemas y las comunidades forestales tropicales de América Latina y del mundo.