La ganadería vacuna ha sido puesta en “el banquillo de los acusados” principalmente por sus emisiones de gases de efecto invernadero, así como por sus efectos sobre la degradación de suelos en tierras marginales y la deforestación.
Por otro lado, la carne proveniente de esta ganadería puede formar parte de una dieta equilibrada, aportando valiosos nutrientes beneficiosos para la salud. Según la FAO, para combatir la malnutrición y la subnutrición de manera eficaz, deben consumirse 20 gramos de proteína animal per cápita al día, o 7,3 kilos al año; lo que puede lograrse con un consumo de 33 kilos de carne magra o de unos 230 litros de leche, por ejemplo.
Si la ganadería quiere seguir creciendo, debe encontrar soluciones inteligentes a esos “efectos negativos”. La asociación de la ganadería con los bosques que capturan parte del dióxido de carbono que se libera en la atmósfera, podría ser una de ellas. La ganadería de América Central y del Sur aporta el 40 por ciento de la producción mundial proveniente de sistemas pastoriles, jugando un papel importante en el comercio exterior de varios de los países como los del Cono Sur. Por tanto, la solución no consiste en tener menos ganadería pastoril, sino una ganadería que crezca con eficiencia energética: menos gases de efecto invernadero por kilo de carne producida y que conserve el capital natural: menos degradación de suelos y menos deforestación.
¿Qué soluciones hay disponibles?
Pocos países pueden considerarse tan ganaderos como Uruguay. Más del 70% de su área está ocupada por pasturas que alimentan 12 millones de cabezas de ganado, generando una relación de 3,4 cabezas bovinas por habitante, la más alta entre los países del mundo. El país exporta el 70% de su producción, un 40% del total de sus exportaciones. Por otro lado, del total de emisiones de metano de Uruguay (799 kton), las actividades agropecuarias son la principal fuente de emisión y en particular el ganado a través de la fermentación entérica, quien es responsable del 93% del metano emitido.
En la década de los 80, se inició un plan de desarrollo forestal que provocó el aumento de la masa boscosa que, según registros del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca (MGAP) – Uruguay, pasó de 100.000 hectáreas en 1990 a 1 millón de hectáreas en 2016, y atrajo inversiones extranjeras de Finlandia y España, entre otras. Estos países invirtieron en plantas de pulpa de celulosa, generando una demanda sostenida por la madera que se produce.
Ante esa oportunidad, instituciones públicas y privadas han promovido el desarrollo de sistemas silvopastoriles tradicionales, donde en una misma unidad de superficie se combina la producción de árboles con el pastoreo de ganado. Michaela Seelig, en un post anterior, aporta información y puntos de vistas muy valiosos sobre estos sistemas y su desarrollo en el continente. A pesar de ello, estos sistemas experimentan un avance lento y algunas compañías madereras siguen sin considerarlos atractivos.
En su lugar, en Uruguay han surgido otras alternativas, como son los ejemplos de Montes del Plata y UPM, donde se están generando arreglos contractuales entre la industria productora de pasta de celulosa y los productores ganaderos. Se estima que alrededor del 40% del área anual implantada con árboles por estas empresas, se encuentra en plantaciones en tierras ganaderas. Estas plantaciones no tienen un diseño propiamente silvopastoril típico, sino que son plantaciones especializadas en la producción de madera. Los ganaderos ceden parte de sus terrenos para que sean plantados con árboles. Los arreglos entre los productores de madera y los ganaderos son diversos, pero pueden incluirse en alguna de éstas dos modalidades:
Arrendamiento:Mediante el pago de una renta fija anual a largo plazo
Aparcería: El productor ganadero aporta la tierra y proporciones insumos variables de la inversión forestal. Los resultados de la cosecha se reparten proporcionalmente.
Al ceder parte de su campo, el ganadero puede reducir, vendiendo o trasladando, su stock de ganado, o intensificar su producción en una menor superficie. Al incrementar la productividad del área ganadera, mediante siembra de pasturas y manejo del ganado, se alinearían distintos intereses:
Los ganaderos, que mejorarían su ingreso por las rentas percibidas por el bosque que son mayores que las rentas ganaderas por hectárea, y mantendrían, o reducirían en menor medida, su patrimonio ganadero. Además, con la mejora de la alimentación del ganado y el aumento del área sembrada con praderas perennes, por ejemplo en un 10%, lograrían disminuir en un 12% las emisiones entéricas de los bovinos por kilo de carne producida, gracias al incremento en la digestibilidad de la dieta.
La industria forestal.
Si la oferta de un ingreso adicional incorpora un paquete tecnológico para los ganaderos, el negocio mejora su atractivo y se puede acceder a mayores áreas, y una oferta constante de materia prima: la madera. Además, según estándares del Panel Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático (IPCC) sobre la cantidad de CO2 que una especie de árbol es capaz de absorber, la Corporación Nacional Forestal de Chile (Conaf) estableció que, de las especies plantadas en ese país, la que tiene el mejor rendimiento es el eucalipto, que captura 29,9 toneladas de CO2 por hectárea al año. Según cifras del Anuario Estadístico Agropecuario del MGAP existen en Uruguay 726 mil hectáreas de eucaliptus del millón de hectáreas plantado.
La sociedad en su conjunto. Por una parte, se sostendría la producción de carne, tan importante para la nutrición y el comercio del país. A la vez, ello se haría mediante modelos más eficientes que los tradicionales desde el punto de vista energético; y por último genera más fuentes de empleo.
Este es un proceso nuevo que se ha desarrollado en condiciones de mercado; ahora toca medir si este incremento del área forestada y la mejora de la eficiencia ambiental de la producción de carne mitigan los “efectos negativos” de la ganadería pastoril sobre el medio ambiente.